Mentiras y miedo: cómo la ultraderecha manipula con el discurso de la inmigración


Los bulos sobre ilegalidad, delincuencia y pérdida de identidad no resisten los datos ni la experiencia real.

En los últimos años, una idea ha ido calando en parte de la sociedad española: “la emigración es ilegal y los que vienen lo hacen para delinquir, imponernos su cultura y robarnos el trabajo”. Un mensaje simple, repetido hasta la saciedad en tertulias, titulares sensacionalistas y discursos políticos. Pero simple no significa cierto.

¿Es la emigración ilegal?

No. Migrar es un derecho humano reconocido por la ONU. La gran mayoría de las personas extranjeras que llegan a España lo hacen con visado, contrato o a través de procesos legales de residencia. Solo una parte minoritaria está en situación administrativa irregular, lo cual no es un delito, sino una infracción administrativa comparable a conducir sin carné.

¿Vienen a delinquir?

Tampoco. Las estadísticas oficiales del Ministerio del Interior muestran que el índice delictivo entre personas extranjeras es proporcional o incluso menor que el de la población española. La gran mayoría viene a trabajar, a buscar un futuro mejor y a contribuir con su esfuerzo a la sociedad que les acoge.

¿Imponen su cultura y religión?

Otro mito. España es un país con siglos de convivencia cultural. Desde los romanos, árabes, judíos o portugueses, nuestra identidad se ha ido forjando con mezclas. Hoy, las personas migrantes traen sus costumbres, igual que lo hicieron en su momento los extremeños o andaluces que emigraron a Cataluña, Alemania o Suiza. Nadie “impone”, la mayoría se adapta e integra, manteniendo a la vez sus raíces, igual que hicieron nuestros abuelos cuando emigraron.

¿Nos quitan el trabajo?

Rotundamente falso. Sectores clave como la agricultura, la hostelería, la construcción o el cuidado de mayores dependen de la mano de obra inmigrante, porque muchas veces son empleos que no cubren los locales. Además, cotizan, pagan impuestos y contribuyen a sostener nuestro sistema de pensiones. De hecho, sin inmigración, la población activa española disminuiría drásticamente en los próximos años.

¿Por qué este mensaje cala?

Porque es sencillo, apela al miedo y se repite hasta el cansancio. Frente a la complejidad de los datos, los bulos son rápidos, emocionales y se difunden como pólvora. Sin embargo, la realidad es otra: la inmigración no es una amenaza, es una oportunidad. Una oportunidad de rejuvenecer nuestra población, de sostener sectores económicos y de enriquecernos culturalmente.

Los discursos que criminalizan la inmigración no describen la realidad, sino que buscan un enemigo fácil para tapar problemas estructurales: precariedad laboral, falta de servicios públicos o desigualdad. Culpar al extranjero es más cómodo que asumir responsabilidades políticas.